"Apuntes para una patología del exhibicionismo psicológico"
Por Alejandro Rocamora Bonilla
Todos los días la televisión, la ‘prensa rosa’ y algunos programas de radio ponen de manifiesto con que facilidad se quebranta la barrera de la intimidad del famoso o famosillo. ¿Cuáles son las razones que conducen a este comportamiento? Por otra parte, aunque es cierto que el ser humano necesita compartir los proyectos, logros y temores para de esta manera disminuir el sufrimiento, no podemos olvidar que existen diferentes niveles de comunicación y que cada uno pretende un objetivo: desahogo, catarsis, curación, compartir o simplemente exhibirse ante los demás. No todas esas formas de comunicación, pues, tienen la misma finalidad ni todas provocan el mismo bienestar. Veámoslo
El vocablo “intimidad” deriva del término latino “intimus”, que hace referencia a lo más interno del hombre, a sus cualidades más personales y a sus sentimientos más profundos, a veces inconfesables por vergüenza o pudor. Por esto consideramos íntimo (“un amigo íntimo”) a la persona que le podemos abrir nuestro corazón sin tapujos.
También tenemos que distinguir entre intimidad y secretos. Mientras que la intimidad hace referencia a lo más nuclear del individuo, el secreto puede referirse a cualquier acontecimiento exterior a la persona: por ejemplo, lo que hice este fin de semana o lo que me dijo un amigo sobre él o sobre una tercera persona. El secreto, pues, es más objetivo e impersonal y no afecta a la esencia misma del sujeto. Se tienen secretos, pero se respeta la intimidad. Es decir, la intimidad no se centra en ocultar “algo” sino en salvaguardar la propia esencia del yo y en no perder el control de los propios sentimientos. La intimidad es algo más que no dar información de sí mismo, implica más bien la posibilidad de gestionar nuestro mundo interior.
La esencia misma de la relación con el otro se mueve en este doble movimiento de revelarse/ ocultarse. No podemos ser totalmente trasparentes, pero tampoco excesivamente opacos a los estímulos de los demás. La relación interpersonal para que sea adecuada debe intentar encontrarse equidistante de esos dos extremos: el exhibicionismo psicológico y el aislamiento egoísta.
El poder curativo de la palabra
Freud puso el énfasis en el poder de la palabra, en la comunicación, como forma para llegar a un equilibrio que favorezca la salud psíquica del individuo. Su pensamiento queda reflejado en esta frase: “La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como unas palabras bondadosas”. La curación a través de la palabra, podríamos sintetizar, fue el legado que nos dejó el padre del psicoanálisis.
El ser humano al poner palabras a sus sufrimientos tiene la posibilidad de comprenderlos y redefinir su postura ante los hechos más dramáticos. Además, también es una forma de reconocer los propios recursos para superar cualquier conflicto psíquico. La palabra, pues, tiene un poder curativo siempre y cuando encuentre un interlocutor válido y el espacio adecuado para poder proclamarse. Es decir, la palabra cobra todo su valor en la interrelación con el otro, pues en esa intercomunicación podemos reelaborar nuestra experiencia y encontrar las pistas de solución. No es hablar como ante un espejo, sin posibilidad de respuesta, sino ante un ser humano, que transmite afecto y cariño, pero también otra perspectiva del problema. Por el contrario, el aislamiento, la dificultad de interacción con el otro, lleva a la persona a un espiral de silencio que incapacita para ser feliz.
No obstante, en este proceso de “curación” a través de la palabra, podemos descubrir diferentes niveles de comunicación: desde la “charla de café”, pasando por el exhibicionismo psicológico, a la “escucha terapéutica.
NIVEL - FORMA DE EXPRESIÓN -RAZONES
I- Encuentros breves (ascensor) -->Romper el hielo
II- Charla de café --> Pasar el rato
III- Exhibicionismo psicológico --> Necesidad de ser mirado
IV- Relación terapéutica -->Provocar el cambio
V- Comunicación “núcleo a núcleo” --> Compartir la intimidad
II- Charla de café --> Pasar el rato
III- Exhibicionismo psicológico --> Necesidad de ser mirado
IV- Relación terapéutica -->Provocar el cambio
V- Comunicación “núcleo a núcleo” --> Compartir la intimidad
De la “charla de café”…
Todos los eruditos en la materia están de acuerdo en describir que el nivel más superficial de comunicación se produce en lugares donde la proximidad física es significativa y donde no hay ninguna relación personal por lo puntual que es el encuentro y en muchas ocasiones sin posibilidad de poderse repetir. Ejemplos de estas relaciones se producen todos los días en los ascensores, en la frutería de la esquina o en la espera de una consulta médica. En todas esas ocasiones lo más socorrido es hablar del tiempo, como forma de romper el hielo. Son encuentros sin historia y finalizan cuando damos por terminada nuestra gestión o espera. No dejan huella ni tampoco nos produce ningún cambio en nuestro comportamiento.
El segundo nivel de comunicación se puede ejemplarizar con las “charlas de café”: se habla de temas de actualidad (políticos, deportivos, etc.) y aquí el interlocutor ya se implica más (se pone de manifiesto sus ideas políticas, etc.) pero todavía no se habla de sí mismo. Es una relación sin compromiso y donde el contenido de la misma es la crisis económica, lo mal que juega el Real Madrid o lo bien que juega el Barcelona, o las aventuras de los famosos y famosillos. Es una charla de entretenimiento donde el objetivo principal es “pasar el rato”. También en estas “charlas de café” se pueden contar hechos personales pero con poca implicación emocional: relato de las últimas vacaciones o la última película que hemos visto.
…al exhibicionismo psicológico
En este tercer nivel de comunicación hay un salto cualitativo, pues ya no se habla de acontecimientos, sino que hablo de mí: mis preocupaciones, mis deseos, mis agobios, mis miedos y también mis proyectos. Esto se puede hacer de forma privada (la relación terapéutica) o pública (en una tertulia de amigos o ante las cámaras de TV o en alguna revista de corazón). En este último supuesto es lo que podemos llamar el exhibicionismo psicológico.
Etimológicamente exhibicionismo significa mostrar, enseñar. Exhibirse, es mostrar al mundo lo que piensas y lo que sientes, posiblemente además por el beneficio crematístico que eso supone, por el placer mismo de ser mirado y sin ninguna pretensión de cambio (una clara distinción con la relación terapéutica). El paradigma de esta forma de comunicación son los reality shows donde, para que estos se mantengan en un buen nivel de audiencia, también debe haber espectadores que sientan placer por fisgonear al otro. Con otra clara diferencia: los interlocutores de estos programas televisivos no son terapeutas sino que más bien ‘juegan’ a ser jueces o policías, con la única finalidad de aumentar la audiencia. Dos tipos de personalidades son proclives a este tipo de comunicación: las personalidades narcisistas y las personalidades histriónicas.
El término narcisista en sentido coloquial se utiliza de forma peyorativa para indicar vanidad, presunción o egocentrismo. Desde el punto de vista psicológico podemos afirmar que la personalidad narcisista se siente superior a los demás, tiene una creencia exagerada de su propio valer y no obstante puede ser extremadamente sensible al fracaso. Y si éste se produce es fácil que responda con agresividad o con una depresión. Junto a esto, el narcisista necesita la admiración de los demás para poder seguir… existiendo.
Todo ese comportamiento es pura fachada pues en realidad el narcisista parte de un concepto muy desvalorizado de sí mismo, que tiene que compensar con la admiración de los demás y por esto son manipuladores y egocéntricos en grado máximo. Los narcisistas están tan centrados en sí mismos que, incluso las situaciones más trágicas o angustiosas de los demás, les parecen nimias comparadas con las suyas. El “yo más” es constante en sus vidas.
Por otra parte, las personas histriónicas (histéricas) están preocupadas por llamar la atención y ser el centro de cualquier situación. Son superficiales, inestables emocionalmente y se dejan influenciar por cualquier persona. Además son muy seductoras, pero difícilmente se implican emocionalmente. Buscan la admiración de los demás, pero huyen de todo compromiso. Su gran preocupación es su cuerpo y la imagen que dan a los demás. Lo podemos sintetizar con un dicho popular: “Quieren ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro”.
Tanto para las personas con rasgos narcisísticos como histéricos los medios de comunicación son altavoces de sus demandas de admiración y cariño de los demás, aunque para ello tengan que renunciar a su privacidad y a exponerse constantemente a ser miradas.
Todos los eruditos en la materia están de acuerdo en describir que el nivel más superficial de comunicación se produce en lugares donde la proximidad física es significativa y donde no hay ninguna relación personal por lo puntual que es el encuentro y en muchas ocasiones sin posibilidad de poderse repetir. Ejemplos de estas relaciones se producen todos los días en los ascensores, en la frutería de la esquina o en la espera de una consulta médica. En todas esas ocasiones lo más socorrido es hablar del tiempo, como forma de romper el hielo. Son encuentros sin historia y finalizan cuando damos por terminada nuestra gestión o espera. No dejan huella ni tampoco nos produce ningún cambio en nuestro comportamiento.
El segundo nivel de comunicación se puede ejemplarizar con las “charlas de café”: se habla de temas de actualidad (políticos, deportivos, etc.) y aquí el interlocutor ya se implica más (se pone de manifiesto sus ideas políticas, etc.) pero todavía no se habla de sí mismo. Es una relación sin compromiso y donde el contenido de la misma es la crisis económica, lo mal que juega el Real Madrid o lo bien que juega el Barcelona, o las aventuras de los famosos y famosillos. Es una charla de entretenimiento donde el objetivo principal es “pasar el rato”. También en estas “charlas de café” se pueden contar hechos personales pero con poca implicación emocional: relato de las últimas vacaciones o la última película que hemos visto.
…al exhibicionismo psicológico
En este tercer nivel de comunicación hay un salto cualitativo, pues ya no se habla de acontecimientos, sino que hablo de mí: mis preocupaciones, mis deseos, mis agobios, mis miedos y también mis proyectos. Esto se puede hacer de forma privada (la relación terapéutica) o pública (en una tertulia de amigos o ante las cámaras de TV o en alguna revista de corazón). En este último supuesto es lo que podemos llamar el exhibicionismo psicológico.
Etimológicamente exhibicionismo significa mostrar, enseñar. Exhibirse, es mostrar al mundo lo que piensas y lo que sientes, posiblemente además por el beneficio crematístico que eso supone, por el placer mismo de ser mirado y sin ninguna pretensión de cambio (una clara distinción con la relación terapéutica). El paradigma de esta forma de comunicación son los reality shows donde, para que estos se mantengan en un buen nivel de audiencia, también debe haber espectadores que sientan placer por fisgonear al otro. Con otra clara diferencia: los interlocutores de estos programas televisivos no son terapeutas sino que más bien ‘juegan’ a ser jueces o policías, con la única finalidad de aumentar la audiencia. Dos tipos de personalidades son proclives a este tipo de comunicación: las personalidades narcisistas y las personalidades histriónicas.
El término narcisista en sentido coloquial se utiliza de forma peyorativa para indicar vanidad, presunción o egocentrismo. Desde el punto de vista psicológico podemos afirmar que la personalidad narcisista se siente superior a los demás, tiene una creencia exagerada de su propio valer y no obstante puede ser extremadamente sensible al fracaso. Y si éste se produce es fácil que responda con agresividad o con una depresión. Junto a esto, el narcisista necesita la admiración de los demás para poder seguir… existiendo.
Todo ese comportamiento es pura fachada pues en realidad el narcisista parte de un concepto muy desvalorizado de sí mismo, que tiene que compensar con la admiración de los demás y por esto son manipuladores y egocéntricos en grado máximo. Los narcisistas están tan centrados en sí mismos que, incluso las situaciones más trágicas o angustiosas de los demás, les parecen nimias comparadas con las suyas. El “yo más” es constante en sus vidas.
Por otra parte, las personas histriónicas (histéricas) están preocupadas por llamar la atención y ser el centro de cualquier situación. Son superficiales, inestables emocionalmente y se dejan influenciar por cualquier persona. Además son muy seductoras, pero difícilmente se implican emocionalmente. Buscan la admiración de los demás, pero huyen de todo compromiso. Su gran preocupación es su cuerpo y la imagen que dan a los demás. Lo podemos sintetizar con un dicho popular: “Quieren ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro”.
Tanto para las personas con rasgos narcisísticos como histéricos los medios de comunicación son altavoces de sus demandas de admiración y cariño de los demás, aunque para ello tengan que renunciar a su privacidad y a exponerse constantemente a ser miradas.
…hasta la escucha terapéutica
Toda relación terapéutica es “un encuentro en profundidad”, que pretende cambiar al consultante. La cura se produce no por lo que se dice, ni cómo se dice, sino por la misma relación en sí. Lo evidente es que todo encuentro terapéutico deja huella (positiva o negativa) en el consultante. Nunca nuestra acción de ayuda hacia otra persona es inocua. Aquí radica la grandeza, y también el riesgo, de la acción terapéutica.
Toda persona que pide ayuda se encuentra en una encrucijada: desea cambiar (conseguir un gradiente más de autoestima o de libertad), pero, al mismo tiempo se siente inclinada a permanecer encadenada a sus angustias y temores. Paradójicamente los dos aspectos son necesarios para iniciar una relación terapéutica. Si no se produce la primera (el deseo de cambiar) no se pedirá ayuda; pero si no se da la segunda condición (la tendencia a permanecer atado a su angustia) no sería necesaria la psicoterapia.
La relación terapéutica tiene como finalidad fundamental facilitar el cambio. Un cambio que le posibilite elegir, desde la libertad. Es en este proceso de cambio donde el terapeuta debe actuar. No para transformar ni moldear a su imagen y semejanza al consultante, sino para descubrir su núcleo más sano e iluminar las alternativas posibles.
La relación terapéutica tiene como finalidad fundamental facilitar el cambio. Un cambio que le posibilite elegir, desde la libertad. Es en este proceso de cambio donde el terapeuta debe actuar. No para transformar ni moldear a su imagen y semejanza al consultante, sino para descubrir su núcleo más sano e iluminar las alternativas posibles.
Así, pues, en la escucha terapéutica lo importante es la persona en su totalidad; en los reality shows lo importante es lo que se cuenta, el relato en sí mismo, sin preocuparse por el sujeto que lo vive; el terapeuta es un ayudador, no altavoz de la miseria ajena, y mucho menos juez o policía de las vivencias contadas: la “escucha curativa” se realiza en la intimidad, alejados de los focos de la publicidad y propaganda; y por último, el terapeuta lo que pretende es intentar redefinir y reestructurar la situación del cliente, para que sea feliz, y no sacar todos los trapos sucios del personaje, para que de esta manera se incremente la audiencia.
Conclusión
El nivel más óptimo de comunicación es cuando transmitimos nuestros sentimientos y emociones (no la hojarasca de las cosas que hemos hecho), pero también permitimos al otro que puedatransmitir sus penas y alegrías. Algunos autores lo han llamado “comunicación núcleo a núcleo”, que es la razón más sublime para desnudar al yo: ayudarme ayudando al otro. El prototipo es la relación de amistad o de pareja. Pero esto es otra historia que contaremos en otro momento
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